La importancia de aceptarme a mi mismo, se relaciona directamente con una autoestima saludable. Aceptarme no es una tarea sencilla, hay muchos aspectos míos, pueden ser físicos, de mi forma de ser, o de mi pasado, que me niego a considerar o trato de ocultarme a mi mismo y al mundo. Para lograr la aceptación es importante reconocer y experimentar mi realidad tal y como es, sin juzgarme. Esto no es lo mismo que, por ejemplo, si soy desorganizado, aprobar esta forma de comportarme. Si acepto mi situación puedo valorar si mis acciones son correctas o no. El aceptar que estoy siendo desorganizado es lo que me permite concientizar lo que estoy haciendo bien e identificar lo que podría mejorar.
El aceptar se refiere a traer algo a mi conciencia, en este caso, algo que de pronto no me gusta; y al hacerlo damos el primer paso para un cambio o mejora. Mientras no acepte una parte de mi, no puedo cambiarlo. Si estoy pasada de peso, pero saco de mi conciencia el que esto puede ser malo para mi salud, nunca voy a decidir adelgazar. Aceptar es comprender que mi situación actual es de equis forma, que no va a cambiar de la noche a la mañana, y agradecer que tengo muchas cosas valiosas antes de empezar a perseguir nuevas. No se trata de resignarme y conformarme con lo que soy, se trata de aceptar que en este momento soy de una forma, comprometerme al cambio, comprendiendo que este tomará tiempo.
La aceptación entonces es el primer paso del cambio. Hay cosas que acepto y puedo cambiar y otras que no, por ejemplo, el tráfico en días de lluvia, el paso de los años, la emancipación de nuestros hijos; y el no aceptarlas, traerá dolor y frustración en quien no lo haga. La ausencia de aceptación y la presencia de un sentimiento de que no valgo mucho, pueden favorecer la búsqueda compulsiva de afecto, pudiendo caer en relaciones donde nos volvemos extremadamente serviciales o sumisos. La aceptación entonces es un diálogo honesto conmigo mismo, sin engaños ni pretextos, donde estimulo mi crecimiento personal.
Buda les dio una explicación sencilla y clara a sus discípulos acerca de la aceptación, cuando los manda a un estanque cercano y les dice llevar una roca y aceite; les dice que los tiren al lago y observen para luego contarle que pasó. Regresan más tarde y dicen: “La roca se hundió, y la mancha de aceite, ha flotado”. Y Buda les contesta: “Aunque consuman toda su existencia sentados en la orilla del lago anhelando que la roca flote y que la mancha de aceite se hunda, esto no va a pasar. Es una ley de los hechos inconvertibles”. Entonces, esto se aplica a mi altura, mi ancho de caderas, una costumbre que me incomoda de mi pareja, querer recuperar una oportunidad perdida en mi vida; por lo tanto, el aprendizaje es comprender qué debo aceptar y qué puedo modificar.
Bueno, digamos que ya doy el paso de aceptar mi realidad, lo que puedo cambiar y lo que no, aquí viene un tema importantísimo que es la actitud frente a lo que me pasa. Un ejemplo viviente fue Victor Frankl quien estuvo en cautiverio en los campos de concentración nazi, donde aprendió a aceptar lo que no podía cambiar; su circunstancia de estar ahí, la brutalidad de los guardias, entre otras, y enfocó su energía en controlar su actitud frente a los eventos. Es un ejemplo de resiliencia y de aceptación maravilloso.
Una herramienta sencilla y poderosa para comprender lo que puedo cambiar y lo que no está en mi control, es el llamado círculo de influencia.
En el centro del mismo estamos nosotros, y deberá ser nuestro centro de atención; es decir, si en algo podemos influir y debemos poner esfuerzo y trabajo en cultivar, es en nuestro proyecto personal de vida, en lo que depende 100% de nosotros; hacer deporte, buscar un trabajo que me haga feliz, empezar a cuidar mi salud, bajar de peso, etc. Más afuera, está otro círculo que se llama círculo de influencia, este indica toda relación interpersonal que tenemos; con nuestros compañeros de trabajo, pareja, hijos, amigos, vecinos, etc. Aquí tenemos influencia, pero somos la mitad de la ecuación, y podemos responder por eso, por nuestra mitad; el resto, depende de esa otra persona, y aceptar esto es maravilloso y liberador. Finalmente, el último círculo y más externo a la persona, es aquel denominado de preocupación, y aquí se ubican los eventos de vida donde la única opción es aceptar, como la muerte de algún ser querido, leyes físicas o de la naturaleza, mi pasado, mis errores, el tráfico. En este nivel solamente puedo aceptar y cambiar mi actitud ante estas circunstancias. Si ya estoy en un tráfico terrible, ¿de qué sirve pitar a todos y ponerme agresivo, tenso, de mal humor? Igual el tráfico seguirá y no dependerá de mi que se agilice, mejor me pongo una chévere música, voy escuchando algún programa que me gusta, pensando en cosas importantes, disfrutando el viaje dentro de lo posible. No puedo tampoco cambiar mi edad, mi temperamento, mis padres. Entonces, debo usar mi energía y recursos en donde puedo influir y hacer cambios, y esto es en mí misma, y en un 50% en las relaciones con los demás. En mi actitud ante lo que solo queda aceptar.
Existen actitudes para favorecer la auto aceptación desde el hogar y la escuela desde tempranas edades.
Reconocer y alabar en cada hijo o alumno sus cualidades, aptitudes y destrezas y que se manifiestan de forma destacada; así voy poniendo las bases para su autoestima.
Exaltar los esfuerzos y acciones meritorias que hacen, lo que aumentará su confianza.
La descalificación continua, ridiculizarlos en público, sarcasmo y burlas minan la autoestima generando sentimientos de incompetencia y de poca auto valoración. Aparece un deseo intenso de aprobación de los demás, dependencia del qué dirán de mí los demás.
La base de la autoestima es la seguridad en mis valores y aptitudes, el conocer mi realidad con mis capacidades y limitaciones. Así será considerada irrelevante la aprobación o desaprobación de los demás. Sólo el niño que ha sido aceptado incondicionalmente por sus padres y educadores, será capaz de aceptarse tal como es. Les dejo con esta frase tan bonita y conocida de San Francisco de Asís: “Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia”.
Con cariño,
Daniela Ordóñez