Muchas veces queremos ver ciertas virtudes como absolutas. La lealtad, generosidad, dedicación, entre otras. Podemos caer en el llamado “sesgo de confirmación”. Por ejemplo, si quiero defender mi comportamiento como leal siempre, busco ejemplos que confirmen lo que digo. Así concluyo que siempre es bueno ser leal. Solemos creer que si soy leal, soy bueno. Si tengo iras, significa que soy malo.
Digamos ahora que te enamoras de una persona tóxica, por ejemplo, una pareja abusiva y alcohólica. Al comprometerte con esta persona, hiciste de la lealtad una virtud. Llega un punto donde vivir con esta pareja es muy difícil, no sabes qué hacer. Podrías dejarlo, pero eso significaría ser desleal, y ser desleal siempre es malo.
Pero…no lo es! Ser leal ante personas buenas es una virtud, ser leal hacia malas personas es un vicio. La lealtad en sí no prueba nada. Esto aplica para cualquier virtud en nuestras vidas. Aunque esto parezca obvio, piensa cuantas veces haz escuchado a gente defender sus elecciones como virtuosas por el hecho de ejercer lealtad, fe, esperanza, etc. Como si sus comportamientos siempre fueran virtuosos.
Para tomar mejores decisiones debemos dejar de pretender que podemos calificar los méritos de una decisión con una regla simple, como decir que la lealtad siempre es buena. Como ejemplo, la lealtad hacia una figura como Hitler, servirá para recordarte que de por sí, un concepto de virtud no siempre es bueno.